José Luis Vázquez Borau
Construir la persona
Fundación Emmanuel Mounier. 2025. 125 p.
Colección Sinergia, Serie Roja. Núm. 71
ISBN: 978-84-15809-92-0
José Luis Vázquez Borau, prolífico pensador personalista, fundador del Institut Emmanuel Mounier de Catalunya, miembro de la Comunidad Ecuménica Horeb Charles de Foucauld, nos presenta en este libro su visión del proceso de construcción de la persona en el marco de la cultura actual, con el objetivo de destacar la importancia de la defensa y promoción de los derechos humanos. Son reflexiones que provienen de sus largos años de docencia, en los que lejos de moverse en la neutralidad nos propone educar la mirada atenta, la sensibilidad y la consciencia.
La primera parte del libro versa sobre el “Análisis de la cultura y de los derechos humanos”. Vincula el respeto a estos como elemento central de la democracia, en la línea de Jacques Maritain. Reivindica una ciudadanía activa que construya una sociedad justa a partir de la “amistad cívica universal”, con especial atención a la vulnerabilidad y al infortunio humano. A su juicio, el gran problema actual es el relativismo moral, porque genera confusión sobre el bien y el mal, así como entre los hechos y las opiniones, desembocando en la tiranía y el engaño.
Sostiene que es urgente construir la democracia desde la persona. Una persona inserta en una cultura, entendida como un “todo complejo que comprende conocimientos, creencias, arte, moral, derecho, costumbres y cualesquiera otras capacidades y hábitos adquiridos por el ser humano en tanto miembro de la sociedad” (p. 23). Una cultura abierta a otras, interconectada en el mundo globalizado. Sin embargo, nos advierte de los inconvenientes de la superficialidad, la frivolidad, la apariencia, la inmediatez, así como el exceso o saturación de la información y la poca importancia dada a la memoria histórica. Todo ello nos lleva a la despersonalización y a la falta de atributos del hombre estandarizado, aunque perfectamente inserto en la cultura dominante, la de la sociedad consumista, competitiva, inmanente, individualista. Se trata de una “cultura de la muerte”, concebida como una industria, centrada en el entretenimiento, el consumo y la publicidad. De esta manera, el autor reivindica una militancia humanista y personalista, con la fuerza suficiente para revelarse ante esa cultura dominante.
La segunda parte del libro hacer referencia a “educar en la cultura y en los derechos humanos”, una educación que da sentido a la vida (p. 55) porque se educa “en el arte de vivir” (62). Se trata de una educación basada en la construcción de la persona, en su “ser” o substancia, en una concepción trascendente y humanizadora. Defiende la educación moral, en valores derivados del amor al prójimo. Es la fraternidad. Defiende también la educación en la no-violencia, al estilo de Gandhi: la no-violencia es la fuerza más grande que la humanidad tiene a su disposición (p.71). Otro punto que destacar en la propuesta del autor es la educación en la bondad: “la persona buena es el pobre de espíritu del evangelio de Jesús: tolerante con todas las debilidades, afirma que quien carece de ternura y sólo posee justicia en última instancia es injusto. No juzga, no condena, pues sentar juicio es cerrar la puerta a toda apelación; es admitir que el mal existe y es definitivo. La piedad es el rasgo esencial de la persona buena y por ésta el mal queda destruido” (p. 81). Estas ideas se encuentran en sintonía con el tratamiento de la misericordia del Papa Francisco así como en la importancia del “calor humano”, la mirada atenta (Esquirol). Pero sobre todo destaca el “espíritu de acogida “(p.83) en todo proceso educativo.
El autor nos explicita su pensamiento personalista. Un personalismo dialógico y comunitario. Educar para construir la persona es entrar en un diálogo, en una escucha y sensibilidad ante el otro. Especialmente interesante resulta la argumentación que el fruto del dialogo es la paz (p. 85).
Finalmente nos indica el autor que todo proceso educativo implica aprender a gozar del sentido profundo de la vida. Esta es la auténtica sabiduría. Afirma aquí: “La sabiduría no se consigue sabiendo mucho sino no sabiendo nada” (p.90). La sabiduría es una actitud, un don. Es vivir con paz interior y estar centrado. Es vivir con inteligencia espiritual, para contemplar al otro, a la naturaleza, a Dios, desde el corazón. Y sobre todo es huir del materialismo y del consumismo, de la superficialidad.
La tercera parte hace referencia al compromiso con la cultura y los derechos humanos. Un compromiso personal-comunitario. La persona es el centro de las relaciones de fraternidad de cualquier organización o institución. Nédoncelle, Buber y Mounier son las fuentes básicas del autor. El ser humano está hecho para el otro. Por medio del amor alcanza la comunión, es decir la “nostridad”. Educar para este compromiso ético comporta como nos dijo Zubiri, tres pasos: 1.- Hacerse cargo de la realidad; 2.- Cargar con la realidad; 3.- Encargarse de la realidad. Hay que superar la indiferencia por medio de una ética del amor al prójimo que requiere una actitud contemplativa que busca lo esencial de todo, que se centra en la predilección por los pobres y por los crucificados de la tierra. Dice el autor que este proceso, que es educativo para la vida, se caracteriza por ser testimonial y martirial. Hasta sus últimas consecuencias
Acaba el libro con una conclusión “terapéutica” (p. 123). Insiste en que hay que movilizarse contra el neoliberalismo, entendido como un individualismo competitivo, egoísta y materialista, como una barbarie, una jungla dominada por la ley del más fuerte.
Nos hallamos ante un librito, que de forma sintética nos indica cual es el rol del maestro. Se nos muestra una pedagogía activa al servicio de la transformación personal y comunitaria.
Esta obra, continuadora de múltiples trabajos del Dr. Vázquez Borau, es una especie de testamento para nuevas generaciones de personalistas. Un ideario útil para docentes y discentes comprometidos y valientes. El maestro no puede ser un “sujeto ausente”, neutral o sin vocación, sino un creador de sentido. Un educador en el amor sanador de las miserias del mundo.
Joan Lluís Pérez Francesch
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