dimarts, 15 d’abril del 2025

Civismo y renuncia del Estado. ALFREDO RAMÍREZ NÁRDIZ. EL UNIVERSAL de Cartagena de Indias.

 Civismo y renuncia del Estado

Recientemente pude compartir ideas y reflexiones en un seminario organizado en la italiana ciudad de Lecce, por el profesor Michele Carducci, de la Universidad del Salento, en el que participó el profesor Joan Lluís Pérez Francesch, de la Universidad Autónoma de Barcelona, mi persona y diversos compañeros y estudiantes. La ponencia del profesor Pérez Francesch giró alrededor del civismo. Definirlo, explicar su importancia en la sociedad presente y exponer algunos casos prácticos de su promoción desde las instancias políticas y también docentes. Este seminario me planteó algunas reflexiones que desearía compartirles brevemente.

La sensación que me transmite la palabra civismo es que nos referimos a una serie de comportamientos de los ciudadanos que deberían ser naturales, derivados de una mínima racionalidad personal, que tristemente no se cumplen y que, para lograr que sí se cumplan, se aprueban normas, generalmente locales, para exigirlos. Normas que, no obstante, no se obedecen, llevando a hacer una apelación más o menos moral al civismo, para que sus contenidos sean satisfechos; es decir, usted por sencilla decencia debería respetar el derecho al descanso ajeno y no poner la música a todo volumen en mitad de la noche, pero, como no lo hace, vengo yo Estado y se lo exijo desde una norma. Pero, dado que nadie obedece la norma, en nombre del civismo se apela a la moral y a la ética para solicitar al ciudadano que se autorregule, se porte bien y no haga necesario recurrir a la norma.

Me recuerda mucho a lo que en el mundo mercantil y laboral se llama Responsabilidad Social Empresarial o Corporativa. Obligaciones que deberían ser de sentido común, que el Estado puede imponerlas por ley, pero que prefiere confiar en las empresas para que ellas las regulen mediante códigos internos. En el fondo, tanto en el caso del civismo, como en este, lo que vemos es que el Estado acepta que hay áreas de la convivencia en las que no tiene capacidad de imponer su voluntad, renuncia a hacerlo y apela a los particulares para que se autorregulen.

Pero como dijo el profesor Pérez Francesch en su intervención: la democracia es una forma de gobierno, legitimada popularmente, y debe ser obedecida. Es decir, la apelación al civismo no puede ser una excusa para que el Estado renuncie a exigir sus deberes a los ciudadanos; especialmente un Estado democrático debe y puede hacerlo, y nada, sino la obediencia de todos, cabe esperar.